Sólo el título a esta historia que ha sido escrita hasta el momento entre Adolfo González y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. ¡Participa e invita a tus amigos también!
-“Tengo que llegar, esta vez sí. Ese gruñón sin madre no me gritará una vez más. Soy más liviano que una pluma”.
La imagen de Lien se cruza por su cabeza y pierde el equilibrio, en específico, cuando Lien le gritó que nunca llegaría a la altura de los zapatos de su abuelo Panpem, el mejor equilibrista de todos los tiempos.
Pero esta vez sería distinto, ya se había roto más huesos que los que tenía, y no quería otro borrón negro en la familia de Panpem.
La gente grita ¡oh! Taisun está paralizado y la barra de equilibrio oscila de un lado a otro como si estuviera nerviosa. A Lien se le escapa media sonrisa maliciosa, no lo conseguirá, y el cable parece que se mueve a los pies del funámbulo.
-“Tengo que llegar, aunque sea la última cosa que haga en mi vida”.
Con pasos vacilantes prosigue la marcha y los espectadores, con un nudo en la garganta, empiezan a animarlo. Taisun no lo tiene claro y piensa qué haría Panpem en una situación así. Sí, Panpem nunca dejaría que sus problemas salieran a relucir en el trabajo, justo cuando se estaba jugando la vida, era de otra madera. Es posible que Lien tuviera razón y que, si salía de esta, tuviera que dedicarse a otra profesión.
-“Vamos, sólo quedan cincuenta metros, tengo que llegar. Y cuando llegue cogeré a Lien por la solapa y le gritaré a la cara que con Taisun no se juega”.
Una racha de aire lo coge de lado y retrocede dos pasos. Taisun empieza a arrepentirse de la decisión que había tomado minutos antes de que se iniciase el espectáculo: cruzar de un edificio a otro sin el arnés de seguridad.
-“No estás preparado” le había dicho Lien “sólo los grandes se atreven a pisar el cable sin arnés”.
Ahora Taisun permanecía inmovilizado, tratado de mantener el equilibrio, a cincuenta metros del final.
-”Vamos, tú puedes, no dejes que la impotencia te venza, le demostraré que está equivocado”
Una vez más recuerda las palabras de su maestro: “He dicho que no cruzas sin arnés de seguridad. ¡No estás preparado, cojones, no estás preparado! Pero Taisun no le hizo caso, y segundos antes del inicio, delante del público que no creía lo que estaban viendo, se lo quitó.
Un sudor frío le paralizaba el cuello, endurecido como el cable que pisaba. La saliva, que brotaba de la garganta como si de una fuente se tratara, empezaba a escurrirse por las comisuras de los labios. La barra de equilibrio pesaba toneladas y, lo peor, le temblaban las piernas. Abajo, en la plaza, entre la muchedumbre se temía lo peor e inconscientemente empezaron a retroceder dejando al descubierto un círculo justo debajo del equilibrista.
-“No puede ser” pensó Taisun “esto no me puede estar sucediendo a mí”
El semblante de Lien se había transformado. Lo que estaba sucediendo, en su dilatada carrera como manager de los mejores funambulistas del mundo, ya lo había visto antes: estaba a punto de suceder una desgracia. Se encaminó en dirección contraria al público y justo debajo del equilibrista gritó: ¡Vamos Taisun, ya está bien, deja de jugar con el público y cruza de una puta vez el cable!
Taisun ya no era capaz de dar un paso más. Sabía que en caso de intentarlo no lo conseguiría, aquellos cincuenta metros le resultaban insalvables.
Aguantaría mientras tuviera fuerzas para soportar el peso de la barra de equilibrio, que era lo único que le mantenía fijo, pegado al cable. “¿Qué haría Panpem en una situación así?”, se preguntaba Taisun. Recordaba cómo, en una ocasión, un periodista le había preguntado a su abuelo: ¿Qué decisión tomaría usted en caso de verse muy comprometido en medio del espectáculo?
-“Una decisión desesperada”, había respondido Panpem. Entonces, ante las atónitas miradas de los espectadores y el más que preocupado semblante de Lien, Taisun optó por seguir el consejo de su abuelo: arrojó a un lado la barra de equilibrio.
¡Oh!, gritó la gente. Y el equilibrista se sintió más liviano que una pluma, había perdido, de golpe, varias toneladas de peso. Taisun se echó a correr por el cable como si estuviera corriendo los últimos cincuenta metros lisos.
Los espectadores, que también se habían quitado un peso de encima, vociferaban alborozados y con sus gritos de ánimo empujaban al equilibrista que estaba a punto de llegar al final. Y de un salto… Taisun lo consiguió.
-“¡Lo he logrado! ¡Lo he logrado!”, gritaba entusiasmado Taisun mientras los fotógrafos y el público en general corrían a su encuentro. El primero que llegó fue Lien, y después de un fuerte abrazo le espetó: “Nunca más vuelvas a jugar encima de un cable”.
3 respuestas
Juegos de equilibrismo
Una decisión desperada
una decisión desesperada