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Una respuesta

  1. — ¡Vete, chico! ¡Corre ahora que puedes, sálvate tú y tú perro! ¿Es que acaso no ves el peligro que traigo?
    —No te tengo miedo —dijo el niño mirando al cielo—, y además, nunca vi cielo que hable.
    —Es que no soy el cielo… ¡soy el infierno en tu vida! —La negrura espesa del humo de las bombas lo cubría todo, y amenazaba con matarlo todo—. Te estoy hablando y pidiendo que te vayas, huye, sálvate. No quiero tener que llevarme más víctimas.
    El niño había ido al bosque a buscar frutas con su perro, y cuando regresó, su pueblo estaba en llamas, un torbellino de viento negro y terrorífico fue lo único que encontró. No había miedo ni temor en la mirada de aquel niño, curtido por el trabajo al aire libre y la lucha por la supervivencia. En su delgado rostro se dibujaba una curiosidad infinita y una inmediatez resultado de la situación.
    —Tengo mi arma y mi perro, nada puede pasarme. —El niño apuntó con su escopeta de madera directo al torbellino oscuro—. ¡Vete de aquí! ¡Maldito humo! Tenemos que continuar el camino, hasta llegar a casa. Mi familia nos espera más allá de la colina, y traemos fruta para todos mis hermanos.
    —Es que no queda nada, chico. Más allá de la colina, no hay más pueblo, no hay más casas, no hay más familias. —El remolino de gases tóxicos y vientos mortales, se enroscaba en torno a la tenue figura del niño y su perro—. Si no te apartas, tendré que llevarte conmigo…y no es lo que quiero —gruñó la nube de polvo para intimidar al pequeño.
    —Si tú destruiste toda mi familia, ¿por qué quieres ahora salvarnos? —dijo el niño abrazando a su flaco y pulgoso perro—. ¿Por que lo hiciste? ¿Quien te mandó? ¿Que mal te hizo mi pueblo para que lo destruyeras?
    —Quiero salvarlos para salvarme yo. —El vozarrón del humo oscuro ya no se oía con la prepotencia del principio—. Después de las bombas y las balas, aparezco yo en escena, para llevarme todo lo que no fue antes destruido. Pero las bombas y las balas no soy yo quien las lanzo, son los hombres-bestias que lo hacen. Algún día lo entenderás, pequeño, y entenderás que si te salvo a ti, puedo convertirme en cielo azul y brisa suave, y así terminar con esta pesadilla.
    El perro lanzó un ladrido levantando su hocico hacia el cielo, como para proteger a su amo. El niño lo miró, miró luego a la oscuridad que esperaba suspendida una respuesta, sopesó en su endeble mente las posibilidades, y se lanzó a correr blandiendo su fusil de palo, para atravesar la niebla oscura

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