Cuento por Pablo Bustillo, Isabel Vergara, Juan Esteban, Antonia Rangel, Gladys Trujillo, Jairo Echeverri G y la edición de algunos miembros del Comité editorial de Cuento Colectivo.
Nunca en mi vida había resultado ganador de ningún concurso, nunca en mi vida había ganado nada. A decir verdad, era de aquellos que pensaba que la suerte nunca estaría de mi lado. Todo eso terminó el día que me llamaron de Radio Cultural Charla Tangible: “¿Habla Flavio Bocanegra?” dijo alguien de voz gruesa por el teléfono. “Sí, él habla” contesté. “Queridísimo Flavio, usted es el feliz ganador de un viaje para dos personas, ida y vuelta, al Polo Norte para ver las maravillosas luces del norte, la magnífica Aurora Boreal”
Mi primera reacción fue dudar de la veracidad del concurso. Accedí a dar mis datos personales y cuando colgué me quedé sentado en mi sillón rojo de piel, analizando las posibilidades de que aquel golpe de suerte hubiera tocado mi puerta tan repentina e inesperadamente. Me vino a la mente mi amigo Fukuda, el japonés que alguna vez mencionó que a través de los caracteres del iching pudo cambiar su suerte y convertirse en el más prodigioso de todos los JING (pero eso es otra historia…).
Por alguna razón esa noche tuve el sueño más real que jamás había tenido. Soñé con la muerte y la vida, mis músculos tensionados hasta el amanecer. Desperté sediento de vivir, sin miedo a morir, enardecido por el misterio que me había sido revelado la noche anterior en ese encuentro con los únicos dos entes sobre los cuales no tenemos ningún tipo de control a lo largo de nuestra existencia. Era un día de esos que invitan a pasear, sentir, sonar, y deambular, uno creado para sentir como los brazos de lo excelso acarician cada centímetro de tu ser.
Y me dirigí hacia ese frio desierto, en mi viaje, soñé otra vez y era algo inusual porque yo nunca solía recordar mis sueños. Soñé con mi pasado afectivo, algo realmente doloroso, también soñé con mi infancia, algo de veras duro para recordar y más sin tus padres. Pero el sueño que más navegó en mi mente los días por venir, fueron los ojos de una bestia enorme, con pelaje blanco y ojos rojos, note la furia en su alma.
Llegamos, el avión abrió sus puertas y sentí el frio más fuerte que había sentido en mi existencia. Camino al hotel, el guía turístico, con una cicatriz en la mejilla derecha (a decir verdad me daba una vibra rara), nos decía que mañana era el paseo a ver las luces, y que el mejor lugar para verlas era en un lugar denominado “El desierto de nieve”, después de “El gran bosque blanco”. Me dormí como con cuatro cobijas extras que pedí a la recepción, feliz por ese premio, no obstante, mi acompañante, Mariana, no hacía sino quejarse del frío y decir que se acababa de dar cuenta que en realidad era una persona más de vacaciones en el Caribe. Me dormí con mucha expectativa porque al día siguiente teníamos un paseo a la montaña para esquiar, antes de dirigirnos a “El desierto de nieve”.
¿Era Mariana la persona para acompañarme? Fue difícil decidir con quién compartir el premio, escoger una pareja con la que pasar esos días, con la que construir un recuerdo. Me pasa muchas veces: me enamoro, siento que es la indicada y luego no resisto 24 horas de soledad con ella, me pesa, me cansa su conversación, Fukuda dice que tengo que tranquilizar mi mente y abrir mi corazón, tal vez las luces del norte me revelen algo, ahora sólo quiero que Mariana se calle y me deje disfrutar el camino. ¡Claro que hace frío! ¿Adónde creía que venía?
Al día siguiente en el paseo a la montaña para esquiar, Mariana todavía no dejaba de quejarse. Por un momento sentí que iba a estallar, se me había agotado la paciencia con Mariana, sin embargo, recordé las enseñanzas de Hatzu Itchi Itchi, mi maestro JING, y me separé de ella apenas se me ocurrió la primera excusa. Me senté en la cafetería y tienda de esquís “Igloo” a tomarme un café y descansar de la voz aguda y chillona de Mariana, estaba completamente ido cuando una escuché la suave voz de una mujer: “Hola señor, mucho gusto, mi nombre es Scarlett, tengo hoy en oferta estas bufandas, son hechas por mí”. Era una joven de unos 25 años, tenía una sonrisa hermosa y ojos verde amarellos. “Ehh, mucho gusto Scarlett. ¿Cuánto cuesta esta? (De hecho, una de las bufandas azules me había gustado). “Cuesta diez dólares pero con la promoción está a la mitad” dijo Scarlett.
Le di diez dólares, compré también una bufanda morada para Mariana, a ver si se dejaba de quejar por el frio. Cuando llegué adonde Mariana la encontré con los brazos cruzados y con cara de rabia. Le entregué la bufanda que le había comprado y me dijo: “Eeeh, hello que te pasa, no me gusta ese color”. Deje pasar el comentario, pero en realidad estaba a punto de arreglar un “accidente” de esquí en alta montaña. Cuando llegamos al hotel sólo teníamos dos horas de descanso antes de que el bus que nos llevaría a ver las luces del norte llegara. Hice una pequeña siesta.
Y volví a soñar con la fiera, sólo que ahora el color de sus ojos se parecía más al de los ojos de Mariana. Otra similitud con ella era que no dejaba de gruñir, de repente las imágenes se cruzaron con las de mi encuentro con Scarlett, a diferencia de que esta vez sí acertaba con el color favorito de Mariana. Rojo, por cierto. La profundidad de mi sueño fue tan absoluta, que no escuché la voz de Mariana sino hasta que brincó sobre la cama y comenzó con su rosario de quejas: “Encima del frío, tengo que obligarte a salir de la cama, si estoy aquí es por tí, no por gusto”. Fue cuando lo descubrí, los ojos rojos de mi sueño eran definitivamente de la chica furibunda que tenía enfrente.
Entré al autobus molesto y ansioso, decidí ignorarla, sólo le contestaba con movimientos de cabeza con la intención de cortar la plática y concentrarme en lo que vería. Funcionó. A pesar de su cara congelada y de berrinche, dejé de escuchar su voz. El paseo fue impactante, “Bosque blanco” es un nombre fácil que para nada describe lo que enuncia, la monocromía del paisaje daba entrada a mil interpretaciones. Yo pensé en un gran lienzo blanco con relieve esperando a ser coloreado.
El “desierto de nieve” fue otra cosa, mientras empezaba a creer que era demasiado similar al bosque, las luces en el cielo comenzaron a brillar con intensidad. Por primera vez en el viaje escuché a Mariana decir algo amable: “Es tan bello”. No pude hablar. Los colores que le hacín falta al bosque estaban en el cielo del desierto y parecían iluminar el suelo también, tonos que ni Prismacolor había inventado. Detecté de inmediato el color de Mariana, un rojizo centellante; mi color era como morado con tinto y el color de Fukuda era más azulado con verde. Y de pronto, sin tenerla en mente, encontré el color de los ojos de Scarlett, me sorprendió pero el espectáculo era tan cálido como su sonrisa. “Sí, es hermoso” expresé a manera de respuesta del comentario de Mariana, quien me miró con extrañeza y respondió, para no variar con su humor: “Y eso fue hace media hora”. Igual no le hice mucho caso porque me quedé perdido en los colores.
Al regreso yo seguía absorto a tal grado que Mariana me preguntó: “¿En qué piensas?” y sin reflexionar la corregí: “Mejor preguntame en quién”. No esperaba esa respuesta y se puso más furiosa que antes. Me reí y la convencí de que era broma y espero que nunca se entere de que en realidad no lo era. Nunca en el tiempo que sigamos juntos. Lo raro es que muy pocas veces me había pasado pensar en una chica estando con otra y no sé porque me sucedió, si por la antipatía de Mariana o por la vivacidad de Scarlett aún con frío. Al final la aurora sí me reveló algo: El regreso de mi propia capacidad de asombro.