Te invitamos a que continúes esta historia. Puedes hacerlo en la zona de comentarios de esta entrada, después de registrarte como usuario de nuestra página web. Imagen cortesía de Stella Jacobs.

Tras años de “la nueva normalidad”, Tobías tenía casi por seguro que las cosas no volverían nunca a ser igual. Como le hubiera gustado que sus hijos conocieran el mundo que él experimentó, pero al parecer eso no sería posible. Ese día, de hecho, estaba más melancólico de lo normal. Pero si había algo que le levantaba el ánimo de la forma más efectiva, era irse de fiesta… descargar un poco de esa energía bailando y conociendo a nuevas personas.

Por suerte, encontró una fila corta para ingresar al club, tomando todas las medidas de bioseguridad que ya su cuerpo había memorizado. Para ingresar, el club había designado múltiples entradas y los clientes debían hacer la fila por largos puentes al aire libre, todos con su debida señalización. En la puerta, pasó por una cabina detectora de metales, que además medía la temperatura y servía de desinfectante. Al ver el color verde en la taquilla electrónica, pasó su tarjeta por el lector.

Entonces de la taquilla salió su tiquete, que decía 10B. La puerta del club abrió enseguida. Tobías caminó por un largo pasillo hasta encontrar la puerta 10B. Al abrirla, un cuarto con cómodos sofás, sillas, un espacio personal para moverse y una nevera con todo tipo de licores y bebidas. Los equipos de realidad virtual se encontraban en un estante. Su ansiedad no daba espera, se colocó enseguida el visor y se recostó en un sofá morado.

Esa noche el club estaba repleto de personas bailando, sudando, saltando, besándose, abrazándose, hablando, conociéndose. Nuevas relaciones se formaban, al ritmo del DJ del momento y dentro de un par de horas habría un concierto en vivo. Fue entonces que la vio, a lo lejos, con un vestido amarillo. No a cualquiera le luce ese color, pensó. La miró fijamente por unos segundos y fue eso lo que atrajo su mirada. Una sonrisa…