La última misión del capitán Montblanc y su equipo

Cuento final


Era la última misión del capitán Montblanc y su equipo, y era una sencilla. Este era uno de los escuadrones más feroces del ejército, sin embargo, a decir verdad, ya todos estábamos ansiosos de regresar a casa después de un largo año de guerra. La misión consistía en llevar municiones al escuadrón de los Halcones Púrpuras, veinte kilómetros al noroeste.

Se suponía que el camino estaría despejado, sin embargo, el capitán ordenó que uno de los tanques fuera con nosotros, en caso de una emboscada. Todo estaba muy tranquilo. Sólo faltaban ocho kilómetros para llegar al punto de encuentro en donde entregaríamos las municiones y al corto tiempo llegaría uno de los helicópteros para llevarnos directo a casa.

De repente el silencio cesó y se desató el infierno. Sentí una explosión a aproximadamente 15 metros de distancia y caí enseguida en el barro. Cuando desperté todo era confuso, el intercambio de fuego continuaba y había cuerpos y extremidades por doquier. Me refugié detrás del primer árbol que encontré.

Mientras revisaba que todo estuviera en su lugar, vi a Pedro, mi mejor amigo desde la infancia, agonizando a unos metros de donde yo estaba. Revisé que el enemigo no estuviera cerca, corrí hacia donde estaba Pedro y lo halé hasta el árbol. Su estado no era nada alentador. Le tome el pulso y era débil. Sus ojos se perdían entre sus parpados, la vida se le escapaba en cada aliento, sólo era cuestión de segundos.

Acerqué mi oído a su boca temblorosa y en un susurro casi inaudible me dijo sus últimas palabras. “Dile a Catalina que la amo, que viva y que sea feliz, esta maldita guerra me quito todo. No dejes que te pase lo mismo”. Una tos liquida salió desde sus pulmones y sus ojos, que me miraban de manera fija, poco a poco se apagaron.

Escuché más cerca el sonido de los gritos y los disparos. Me levanté y pude ver cómo todos habían muerto y que el enemigo estaba a media colina de distancia. ¡No tenía escapatoria! Aún tenía partes de los órganos y la sangre de mi amigo en mi cuerpo. En ese instante mi entrenamiento gobernó mi mente y actué por inercia.

Caí al piso sin poner las manos antes que el cuerpo, en el momento en que la tropa enemiga asomaba sus narices en el campamento. Los escuché revolver todo, hablar en ese maldito idioma, escupir los cuerpos de mis compañeros caídos, todo en medio del suelo helado y sangriento. Sabía poco alemán, más que todo insultos… y escuchaba muchos.

Me imaginaba lo que ocurría, pero no me atrevía siquiera a pensar en abrir los ojos. Un disparo, una ráfaga… otro disparo. Mi mente tardó unos segundos en entender qué ocurría. La adrenalina se esparció en mi cuerpo en dosis inimaginables. ¡Estaban rematando los cuerpos para no dejar a nadie vivo! Escuché otra ráfaga de disparos, esta vez más cerca.

Entonces, escuché a unos cuantos metros, cómo sonaba el radio teléfono de uno de mis compañeros que yacía en el suelo. Era el comandante del escuadrón aéreo, preguntando por la situación. “Repito, cual es la situación del escuadrón, estamos a punto de sobre volar la zona, cambio”. No tenía ninguna opción. El enemigo estaba tan lejos de mí como yo de mi compañero.

Era cuestión de minutos antes de que me mataran o me capturaran para después torturarme. Además, no liquidar a este grupo de alemanes en específico podía resultar muy caro para nosotros. Fue entonces que me decidí. Corrí hasta donde mi compañero. Entonces sentí un disparo en el hombro y caí justo al lado de él. Cogí su radio teléfono y dije las palabras claves.

“Escuadrón caído comandante. Charlie domina el perímetro. ¡Fuego en el hoyo ahora!”. Entonces uno de los alemanes se acercó furioso hacia mí y me haló del uniforme mientras hablaba en su idioma. Sonreí cuando escuché los motores del escuadrón aéreo a lo lejos y muy seguramente, mi sonrisa permanecía cuando, junto al enemigo, éramos borrados de la faz de la tierra por una lluvia de bombas.

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