Te invitamos a continuar esta narración que apenas comienza. Una vez sepamos el final de la historia le inventaremos títulos. Puedes participar en la zona de comentarios de esta entrada o escribiendo a comiteeditorial@cuentocolectivo.com.
Las instrucciones eran claras, vigilar al presidente, o mejor dicho, al ex presidente prisionero, mientras la cúpula militar decidía que hacer con él. El Coronel Iriarte había dado la orden de que esta misión debía permanecer en secreto y era él el soldado en el que más confiaba, sobre todo para lo que tenía que hacerse. Nunca antes había el Coronel usado palabras de elogio hacia él, le causaba curiosidad saber por qué él era el indicado. ¿Qué podría decir su perfil psicológico? Nunca se había caracterizado por ser impulsivo ni violento en exceso. Si se trataba de torturar o eliminar al recluso, ¿cómo podría ser él el escogido? Esperaba que esas no fueran sus eventuales órdenes.
El prisionero ya llevaba 36 horas sin dormir, ni comer, sentado en su cama, mirando de manera fija a la pared. Los ojos los tenía de un rojo intenso, e hinchados. El recluso sintió la mirada del soldado Suárez, quitó su vista de la pared y lo miró a él directamente. “Mátame ahora muchacho, no conseguirán ningún tipo de colaboración de mi parte y prefiero morir ahora que vivir de rodillas”…
Una respuesta
La posición de un soldado existe en la solidez de la cadena de mando, su sentido y significado están dictaminados y refugiados en las órdenes se deshacen de la culpa y el peso de ejercer la autoridad. Ver a este reo que le interpelaba como si él tuviese el poder de tomar alguna decisión parecía casi insultante. Mantuvo un silencio sepulcral, revisó la celda esperando ver cualquier anomalía y regresó de nuevo a su puesto, tratando de dejar de lado todos estos pensamientos. Sin embargo el expresidente decidió que nadie descansaría durante su turno; se incorporó y puso sus manos sobre los barrotes, su rostro agotado y sudoroso parecía el retrato mismo de la locura, su expresión, que más parecía una mueca entre decepción y temeridad suicida, le otorgaban a la situación un aire de tensión constante. “Mátame ahora” repitió, “Mátame cobarde”.
Suarez comenzó a perder la paciencia, su posición no era la de cuestionar la autoridad, él no tenía voz ni voto en el curso del país, el sólo estaba allí para que funcionaran sus engranajes, y mantenerse fiel a esa consigna requería de mucho valor. De alguna forma comenzaba a odiar a este preso, de alguna manera ambos estaban obligados a estar allí contra su voluntad, y temerse el uno al otro, separados tan sólo por un poco de metal y un revolver.
En realidad, el porte de armas no otorga seguridad, indica que hay peligro inminente y que puede que tu sangre fría se ponga a prueba. Lo cierto es que pensar siquiera en disparar el arma contra un enemigo potencial le dejaba completamente intranquilo. Por un instante pensó en levantarse, tomar los barrotes y gritarle al expresidente “Vamos, mátame ahora, no esperes más, haz tu jugada, no te dejaré ir sin luchar”.