Cuento en construcción
Continúa este punto de partida propuesto por Virgilio Platt, a partir de la fotografía. El ejercicio está abierto de forma indefinida y una vez sepamos el final de la historia le inventaremos títulos a la misma.
Desde que Xandro tenía sólo un año, sus padres notaron que él no era un niño como cualquier otro. Cuando se disgustaba o quería algo con ansias, no lloraba ni gritaba como un bebé normal. Su sangre y su piel hervían, hasta el punto de quemar las manos de sus protectores y humo salía de sus oídos.
A medida que iba creciendo, los poderes iban aumentando, sin embargo, también los controlaba más…
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A menudo recordaba que solía consolarse comparandoce con los maravillosos y elogiados personajes de muchos cómics que leyó en su infancia, pero chocaba con la realidad. Era una bendición o una maldición poseer los dones que el tenia? Para muchos serian poderes, pero para el se habían convertido en una fría arma que provocaba miedo.
Un día estaba sentado con sus juguetes en el jardín, tenía 4 años, un niño quiso jugar con él, era su vecino Javier, se sentó a su lado y con una sonrisa le dijo:
-¿Puedo jugar contigo?.
Xandro, le miró con una mirada tímida y con un movimiento de cabeza le respondió a su pregunta.
Cuando quiso darle unas piezas de lego para que jugará, sus manos empezaron a ponerse rojas y el sentía como poco a poco empezaban a quemar. Cuando llegó a las manos de, Javier, quemaban como una estufa a toda potencia, cuando se las dio, se quemó las palmas de las manos.
Empezó a llorar desconsolado y apareció la madre empezó a chillarle a Xandro, palabras que no comprendía:
-¡¡eres malo, eres malo…!!!, así repetidas veces,
entonces se llevó a su hijo en un mar de lágrimas, mirándose las manos sin entender lo que había pasado.
Él no sabía porque había hecho eso, solo estaba contento de que alguien quisiera jugar con él.
Pero esos días habían quedado atrás, junto con el orfanato donde sus padres lo habían enviado para corregirlo. Las calles le enseñaron toda la disciplina que necesitaba para controlar sus poderes. Si un maleante se acercaba demasiado, Xandro apenas tenía que encender sus ojos para mantenerlo a raya. Hoy, Xandro mueve el fuego a su alrededor, como si hiciera malabares. Pero teme que su secreto se conozca. Él no maneja el fuego, el fuego lo obedece a él, y a sus oídos ha llegado un apodo que le han puesto algnos malhechores: El Genio Rojo. ¿Genio…