Sólo le falta el título a esta historia que ha sido escrita hasta el momento entre Valentina Solari, Moonish June y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. ¡Participa e invita a tus amigos también!
Mientras Lucio espera a Gabriela con claveles en la mano, al pie de su balcón, de repente se siente como todo un Romeo esperando a su Julieta. Es primavera y el movimiento en las calles y espíritu renovado colectivo es evidente. Un grupo de muchachos pasa, cada uno en su bicicleta y uno de ellos grita: “Miren muchachos, el hombre más enamorado del pueblo”. Todos ríen al ver la imagen de Lucio con sus flores en la mano.
“Eso, ríanse enanos… algún día me entenderán”, les dice Lucio. Entonces tres bellas jóvenes del pueblo pasan y entre risitas y miradas le dan los buenos días a Lucio. Él, ya un poco ansioso por la demora de su amada, casi ni se da cuenta de la presencia de las chicas. Entonces Gabriela abre las puertas de su balcón, espantando a un par de palomas que estaban cerca.
Gabriela es esa mujer que se siente de cerca pero que resulta lejana. Esa chica que no logra atrapar con las manos del sueño, pero que al mismo tiempo no le suelta. La conoce desde que llegó a la ciudad con la espera de renovar su actividad laboral, por aquel entonces en suspenso. Quiso el destino que Lucio también sufriera sequía de amor bajo su atuendo de hombre en crisis.
Cuando le despidieron de su último trabajo, alegando que ya no necesitaban un puesto de su especialidad, creyó que no habría lugar del mundo que le fuera a devolver los años invertidos en un solo conocimiento. Por si fuera poco, volcado a la exhaustiva vigilancia de su puesto, con la memoria de un amor perdido, cerrado bajo llave en el recuerdo, se había hecho devoto a su situación presente abandonando la posibilidad de enamorarse de nuevo.
Un día, limpio de obligación y con la mente en blanco, quiso que su mirada diera con el anuncio de un trabajo en Senia, la ciudad que le susurraba con palabras de futuro. Desde su primer día en Senia, por debajo de su balcón, encontró a Gabriela limpiando las hojas secas de sus geranios. Así y todos los días, desde entonces, a la sombra de su balcón ocurrían las más variopintas fantasías de su mente. Aquella vez la sola visión de su silueta emergiendo de las hojas acristaladas lo detuvo en la ocurrencia de una fugaz escapada con el cuerpo real que se muestra.
Las chicas siguen riendo pero siente que tenga tapones en sus oídos. Gabriela se asoma por la barandilla, apoya el torso sobre el hierro entre geranios hasta que el cálido metal le acaricia el pecho. Lucio vive para ese momento, cuando los cabellos de la mujer juegan a mecerse con la brisa y se confunde con las flores que caen en racimos por el forjado negro de la balconada. Cuando su cuerpo se dobla y pronuncia la forma que ya se divisa a través de sus ropas. Gabriela parece no verlo nunca, y quizá sí, pero no sé compromete con la espera que le aguarda prácticamente cada día a la misma hora. ¡Ah, Gabriela si me conocieras por dentro!