Cuento en construcción
Teniendo en cuenta las características de Enrique, hagamos un cuento con la condición de ponerlo en una situación incómoda. Hay mucho que se le puede inventar, puede ser una situación con una niña que le gusta, con el jefe que odia, con otro personaje que no hace si no decir bobadas… en fin. La idea es hacer una serie de textos diferentes con este mismo personaje.
Enrique era divertido, inteligente, amable, entre muchas otras cualidades… eso sí, una vez llegabas a conocerlo. El problema era que para llegar a ese punto había primero que ganar su confianza después de haber tumbado una barrera que él mismo se ponía en frente. Él era una persona de altos estándares éticos, sin embargo, la complejidad de su carácter en algunas situaciones específicas lo obligaba a tener que escoger cual virtud asumir en el momento. Como era de esperarse, muchas de las interacciones con individuos que no fueran familiares eran incómodas para él, con la excepción de personas muy alegres, extrovertidas, con buen sentido del humor, o de buena conversación, todas esas cualidades atadas a su juicio subjetivo, por supuesto.
Otros sellos de este personaje, y estos eran la raíz de la barrera que se creaba al relacionarse con la mayoría, era que, a pesar de todo, tenía un profundo deseo de agradarles a todos. Por otra parte, su inteligencia lo hacía muy crítico y tenía también un ojo increíble para detectar errores o defectos. Eran esos últimos dos rasgos los que lo ponían siempre en esas encrucijadas en las que no sabía si decir lo que de verdad estaba pensando y ser fiel a su integridad, o simular y ser visto como educado y agradable, no obstante, para empeorar las cosas un poco más, no era que Enrique simulara muy bien.
12 respuestas
Un día Enrique estaba entrando al ascensor del edificio en donde trabajaba, la puerta estaba a punto de cerrar cuando vio a su jefe, quien de lejos le gritó: “Detenlo”. Enrique hizo caso. El jefe de Enrique era una persona supremamente importante en su ámbito laboral y en la sociedad. Había logrado armar una gran red de socios importantes, que lo hacían una persona con mucho poder. Enrique lo respetaba mucho, sin embargo, odiaba su arrogancia, chistes pesados y más que todo su vanidad.
“Qué tal señor Hernández” dijo Enrique. “Buenos días Armandito como amaneciste hoy”, le contestó es Sr. Hernández”. “Mi nombre es…” en ese momento entra también al ascensor una de las secretarias de la oficina, Lucía. Al Sr. Hernández, también conocido por ser mujeriego ya le habían llamado la atención algunas veces otros socios de la junta directiva por quejas de las mujeres más jóvenes de la empresa, que sentían que el Sr. Hernández se aprovechaba de su puesto para molestarlas. Y efectivamente, sólo eran llamadas de atención porque él era prácticamente intocable. “Señoriita Jaimes cómo ha amanecido usted hoy” dijo. ” Bien Sr. Hernández gracias”, contestó. “Pero déjanos al jóven Antonio y a mí contemplar tu belleza, date una vueltecita”. En ese momento el Sr. Hernandez miró a Enrique y le guiñó el ojo.
Si hubiera sido cualquier otra persona, tal vez Enrique no hubiera demorado tanto en decir nada. Sin embargo era el Sr. Hernández, una eminencia. A Enrique le tocó fingir una media sonrisa. “Vamos niña date una vueltecita sin pena, deberías estar orgullosa”. Cuando Enrique vio que la señorita Jaimes, roja de la pena, miró hacia el suelo, intentó intervenir, “Sr. Hernández tengo algunas dudas acerca de los líneamientos sobre…”. “Silencio muchacho” dijo el Sr. Hernández “la señorita Jaimes estaba a punto de dar una vueltecita”. Finalmente la dio y el Sr. Hernández aplaudió “Bravo, bravo, que espectáculo dios mio, que espectáculo de mujer mis sinceras felicitaciones al señor y la señora Jaimes”. Cuando el ascensor paró por primera vez en un piso la señorita Jaimes aprovechó “bueno aquí me quedo”. Se quedaron el Sr. Hernández y Enrique solos de nuevo. “Perdón por silenciarte muchacho pero estabas interrumpiendo en la peor parte. ¿Qué decías?”. Enrique pensó “que eres un viejo verde acosador, arrogante, petulante que no sé cómo ha logrado conseguir tantos amigos, a la gente de verdad como que le gusta que la maltraten” y dijo: “ya no recuerdo señor Hernández, el trasero de la señorita Jaimes borró mi memoria. “¡Ja! Siempre me encantó tu sentido del humor Enrique, pásate por mi oficina a las 4 p.m., tengo planes para ti”.
Un día Enrique invitó a salir a Gloria, una niña que le gustaba, le dijo que fueran a cine y Gloria accedió. En el cine, Enrique quería verse la película que acababa de ganar el Oscar por mejor dirección y Gloria quería verse una novela romántica. “¿Esa es la que te quieres ver?” preguntó Felipe por dentro pensando “no por favor esa nooo”. “Sí se ve que está de muerte lenta” dijo Gloria, dicho que significa que se ve que está buenísima. No obstante, Enrique tomó el dicho literal. “Sí, para morirse” dijo con tono medio sarcástico sin que Gloria se diera cuenta.
Dentro del cine todo el mundo parecía divertirse de los chistes, incluyendo a Gloria, sin embargo, a Enrique le parecían estupidisimos. “Cómo se pueden estar riendo de semejantes idioteces” se preguntaba “no puede ser”. Para rematar, tenía una señora al lado que cada vez que todos se reían en el cine le tocaba en el brazo a Enrique y lo miraba riéndose, seña que significaba, “buenísimo el chiste”. Enrique por dentro pensaba “¿quien eres señora, te conozco? Este es el tipo de audiencia de estas películas, qué más podía esperar?”
“¿Oye, estás aburrido? Le preguntó Gloria. Enrique enseguida fingió que se acababa de reír de un chiste de la película. “No, como así, para nada. Esta buenísima”. Una vez más estaba en una de esas encrucijadas. ¿Le decía a Gloria lo que en realidad sentía y pensaba en ese momento? Enseguida se imaginó la escena en la cual le decía y terminaba con las crispetas y gaseosa en la cara y ropa y sólo en el cine. “Mejor hoy no, no es el momento”, pensó. Cuando dejó a Gloria en su casa ella le dio las gracias y se dieron un pequeño beso de despedida. “Todo salió bien al final” pensó Enrique “odio estas primeras fases románticas”.
voto por el de jorge manrique
Una situación azarosa remitió a Enrique a transitar como peatón por una calle semi desierta de un pequeño pueblo que visitaba por primera vez. Agobiado por el calor extremo y con la prisa propia de quien se dispone a realizar una importante diligencia es sorprendido por una anciana de rudo aspecto que, saliendo de su casa, ofrece a Enrique té y galletitas.
-¡Té y galletitas!- se acerca con una charola vacía. -Té y galletitas.
Ajeno a las costumbres del pueblo y con escasa experiencia como peatón aunada con una sensación de hambre indescriptible, Enrique accedió casi por inercia a tan inusual ofrecimiento.
La mujer, conocida en el pueblo como doña Leonor, acostumbrada a recibir una completa indiferencia como respuesta, se sorprende por la reacción de Enrique quien ya se encontraba en la mesa ávido de degustar el prometido té y sobre todo las galletitas.