Termina esta historia sobre dos hermanos que visitan el espacio en el cual jugaban en su infancia

Cuento en construcción

Invéntale un final a este cuento que ha sido escrito hasta el momento entre José Manuel Cabrera Aguilar, Enrique Castiblanco, Sebastián Andrade y editado por el Comité editorial de Cuento Colectivo. Una vez sepamos el final de la historia le inventaremos títulos.

No era una ruina, era más bien, la síntesis de lo que él mismo era. Y no era que estuviera a punto de dejar de ser, de hecho, era el doblón lo que le daba la vida. Ese doblón era el símbolo de su imperfección pero a la vez de su belleza. Samuel y su hermano, inspeccionaban el ambiente de su niñez. Siempre había estado así la casa, desde su construcción, y cuando eran unos niños, solían jugar a las escondidas allí. El contexto evoca un sentimiento juguetón en Samuel, quien se apoya en su bastón, imitando la torcedura de la casa.

Álvaro, su hermano, le dice: “30 años resumidos en una sola estructura. Es impresionante cómo se termina uno apegando a algo completamente material”. “Tú lo has dicho mi hermano” responde Samuel, quien continúa imitando la posición de tordecura de la casa y apoyándose en el bastón. Entonces el bastón se resbala y Samuel cae encima de la casa, que se derrumba al piso, entera…

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2 respuestas

  1. Los dos quedaron totalmente paralizados. Ahí tumbado, si se le hubiese permitido a Samuel abrir más los párpados y las cuencas por la impresión, se le habrían salido los ojos. El mayor, Álvaro, no sabía siquiera cómo reaccionar, y el polvo que se había levantado después del impacto, le entraba y salía a gusto por la nariz.
    El primero se puso de pie y se sacudió la vestimenta con la mano, temblando. Se miraron a los ojos. Los sentimientos fluían como truchas por montones en un pequeños tanques, tratando de huir de la mano que sentenciará finalmente a uno. Álvaro desvió la vista hacia aquel viejo trasto que no sería más un hogar, que no guardaría más como testigo de las innumerables cosas vividas por ellos dos.
    – Yo… no… lo lamento…
    – Se acabó… – Dijo Álvaro, con la voz tensa y nostálgica, mirando aún hacia la montaña de madera. – Pero no te culpes, algún día tendría que pasar…
    Samuel suspiró.
    – Recuerdo el primer buen golpe, jaja. Eramos bastante pequeños, tú más que yo, claro está. Corríamos en derredor, yo te sujetaba delante mío.
    – Oh, sí, recuerdo eso. Lo hacíamos con frecuencia hasta antes de que cumpliera seis años.
    – Antes había más casas… – y lanzó una mirada por todas partes, donde solo habían pequeños rastros de que algo fue construído por ahí hace mucho tiempo. Se vislumbraba únicamente una casa solitaria más allá, otro pilar de escombros por aquél lado, y otra construcción justo a lado de ellos, mejor preservada, que algún día debió ser un cómodo hogar. – Pero bueno, el punto era que un día, mamá preparó unas pocas galletas, con lo poco que ganaba, y exclusivamente para ti. Me explicó que habías tenido un mal día, pero eso me hizo enfurecer. Después al salir a jugar, corrimos, y yo, sujetándote de los hombros, te lancé contra la casa. Mamá creyó que moriría aplastada dentro.
    – ¡Vaya! Que cosas. Por suerte no me quedó cicatriz, ¡eh! – tomó un breve respiro, y cambió ligeramente de tono -. Si papá no se hubiera ido…
    – Fueron tiempos difíciles. Después, la catástrofe. Y extendió los brazos, tratando de señalar todo cuanto podía ver, ahí, en medio de la nada.

  2. -Pero bueno… creo que no es sabio apegarse a las cosas materiales, que son casi siempre perecederas. Lo importante fue lo que aquí vivimos y cómo eso hoy en día es parte fundamental de nuestra identidad. Nadie puede destruir nuestros recuerdos ni sentimientos, esos sí que tienen una base sólida.
    -Tienes razón.
    Ambos hermanos se fueron caminando del lugar y antes de perderlo de vista, dieron una última mirada a lo que había sido el símbolo de su infancia y los recuerdos felices de su fraternidad.

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