Cuento en construcción
Sigue este cuento que ha sido escrito hasta el momento entre Sebastián Bravo y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. El ejercicio está abierto de forma indefinida y una vez sepamos el final de la historia le inventaremos títulos.
Todo el cuerpo le dolía, casi que no le podía salir la voz, sus ánimos estaban por el suelo. Antes de la ceremonia y que el padre le pusiera las cenizas en la frente, sentía la necesidad de confesarse. En ese carnaval que acababa de pasar había estado más atrevido que cualquier otro año. Nunca más podría ser capaz de comulgar, si no hablaba con el padre en ese instante acerca de todos los pecados que sentía que había cometido. Que humillante sería, pero era lo correcto.
-Ya no se quién soy padre, si soy yo, o el de la máscara
-Dime con exactitud qué es lo que te molesta hijo mío. La vergüenza sentida es sólo natural y hace parte del proceso de salvación. Debes contarme, uno a uno y con detalles, cuáles son esos pecados que te han traído hoy aquí con esa cara de resignación.
– Me siento como en la novela de Stevenson: “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde”. Soy en los días una persona y en las noches otra diferente y también despierto en las tardes sólo para encontrar todo tipo de indicios de que he estado en lugares y situaciones que sencillamente no recuerdo…
-Sigue hijo, no te detengas ahora. Trata de recordar qué fue lo que hiciste. Tienes un gran peso sobre tus hombros, eso puedo sentirlo. Recuerda que Dios es misericordioso y que más tarde cuando recibas las cenizas, estas simbolizarán tanto la caducidad del ser humano, como la pena y la conversión. No hay nada que puedas decirme que Dios todopoderoso no pueda perdonar y que él no sepa ya. Recuerda que sólo a través de tu confesión, llega el perdón…
2 Responses
Trago saliva, tosió y con voz temblorosa comenzó su confesión:
_ Soy muy malo, padre, merezco el infierno, sin dudas, por lo que he cometido.
El sacerdote se acomodó mejor en su asiento y sosteniendo con fuerzas el crucifijo que tenía entre sus manos le hizo un gesto para que continuara.
_Mi familia es muy pobre pero a pesar de eso me envió a estudiar. Siempre trataron que tuviera lo mejor pero yo no supe aprovechar esa oportunidad y me dediqué a la vagancia, las fiestas y las mujeres. ¡Los he engañado durante mucho tiempo! Se que pasan necesidades por mi, pero de todas formas me aprovecho de ellos, pobres viejos… De día simulo ser un aplicado estudiante universitario; ellos me han regalado un portafolio de cuero para que transporte mis papeles y libros. A veces, al salir de casa vestido así me siento como si fuera un estudiante de verdad. De noche, me junto con mis amigos, todos de dudosa reputación y salimos con mujeres de vida ligera y me dedico a disfrutar: Bebo, tengo sexo con cualquiera, juego por dinero, me extravío en sórdidos ambientes. Soy infiel, hago trampas , engaño, miento, y lo que es peor padre, es que no siento remordimientos, ni un poquito. ¿Usted cree que Dios me perdonará?
Me cansa esto de inventar mentiras para tapar mis andanzas. Debo decir que estoy estudiando para mis exámenes, contarles que un compañero de estudios mucho mas pobre que yo no tiene dinero para comprar sus libros y que yo deseo ayudarlo. Entonces mi madre, que es la generosidad personificada, entra en su cuarto y vuelve con los ahorros y me los da diciéndome que Dios la ha bendecido al tener un hijo tan bueno como yo! Me comprende padre? No puedo seguir así! y sin embargo no puedo evitarlo!
El sacerdote buscaba en su interior las herramientas necesarias para darle un consejo, una ayuda, una salida, pero no podía hacerlo. Era como si todos esos años de teología y filosofía no le servían para nada. _¿Cómo puede abusar así de sus padres?_ pensaba horrorizado. Sin saber por qué puso una mano sobre el hombro del pecador y este agachando la cabeza y con un hilo de voz, le dijo: Aún hay más, lo peor de todo es lo que hice anoche y comenzó a sollozar.