Sigue esta historia sobre un salto BASE

Cuento en construcción

Continúa esta narración. Una vez sepamos el final de esta historia le invetaremos títulos. El ejercicio está abierto de forma indefinida.

Sólo saltas con un paracaídas, porque sería inútil llevar uno de repuesto. La caída es tan corta, que en caso de que no abra tu paracaídas, no alcanzarías a abrir el de repuesto. Es cierto, las probabilidades de un accidente incrementan mucho, pero para los adictos a la adrenalina como yo, esto es el equivalente a un viaje a Disney para un niño. Me paro en el borde del vacío, a punto de celebrar mi salto número cien. Y pensar que hace mucho, sufría de pánico a las alturas…

Comparte este publicación:

3 respuestas

  1. Me relaja pensar en los héroes de la Marvel; respirar como siempre, vaciar los bolsillos… Tengo la onerosa costumbre de dejar las luces de mi casa encendidas, he de volver, apagarlas, y sufragar con su correspondiente gasto, y del de otras facturas, claro. Estoy dispuesto a piruetear antes de abrir el paracaídas, hoy durante más tiempo que la última vez. Y es que, aunque me lo haya repetido las noventa y ocho veces anteriores, nunca consigo pasar del umbral, agónico, de tirar de la anilla que accione el sistema de apertura minutos antes de caer vertiginosamente entre edificios.
    Y salto…

  2. Salto, y el viento aguijonea mi rostro, me pica como miles de pequeñas agujas, aún así, aún viendo mi vida pasar ante mis ojos, aún teniendo en la cabeza imágenes de truculentos accidentes, salto, porque es lo único que puedo hacer para dejar mi mente flotar en la falsa sensación de ingravidez que me aporta tan temerario acto. Salto, y no pienso en nada, ni mucho menos pienso en mis vísceras esparcidas en el asfalto, ni en mi madre con el corazón en un puño al ver mi salto retransmitido por tv, ni tampoco pienso en la novia que me dejó, alegando que mi “forma de ser es tremendamente desequilibrada”. Ella, tan ordenada, tan pulcra, tan..tan… Tan terriblemente ella, no pudo conmigo, ni con mi afición a saltar. Creen que no tiraré de la anilla, pero siempre lo hago. Siempre, robando segundos a la muerte, siempre sonriendo al verla tirarse a mi lado, me envidia, yo puedo tirar de la anilla y volver al suelo, a fijar mis pies en él, y ella no puede…Me envidia, y yo sonrío…

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *