Sólo le falta el título a esta historia sobre un recuerdo familiar nostálgico

Cuento en construcción

Invéntale un título a este cuento que ha sido escrito hasta el momento entre Antonio Torres, Néstor Briceño Estepa, Angélica y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo, es lo único que hace falta para terminarlo.

Cuando pienso en el legado de mi padre quisiera recordar su vida a mi lado, sus sonrisas y consejos, pero sólo queda en mi mente un recuerdo imborrable: aquel día nevando y él afuera trabajando, ganándose el alimento que yo después comería. Si hoy puedo decirlo, es así, nunca me dio un consejo, simplemente heredé su ejemplo.

Quizá él esperaba mucho de mí. Ahora que lo pienso nunca pude decirle cuanto lo amaba. Siempre había algo más, una sensación incontrolable por querer abrazarlo y a la vez la imposibilidad de hacerlo. Quisiera saber cómo, cómo desligarme de aquella fantasía en la que encerré mis emociones.

Era un día lluvioso y estaba embargada por una sensación muy cercana a la melancolía. A través del paisaje gris que intuía a través de la ventana, como si la enredadera que tapizaba toda la pared fuera generadora de imágenes, pero era hacia el adentro de mí y hacia atrás en el pasado. Mi padre decía sin cansarse: “la familia es lo más importante” y lo demostró a través de toda su vida cuidando a su hermano Pedro, que era mayor que él, pero por alguna razón necesitaba de su atenta cercanía.

Aprendí muchas cosas de él, su amor por el trabajo, es decir, no faltar nunca jamás, el amor por los padres y hermanos, y el derecho a divertirse y pasarla bien. Pero claro, mi madre era lo opuesto, como podría yo abrazarlo, si de alguna manera estaba prohibido demostrar los sentimientos, eso era de débiles y cobardes.

Mi madre no sentía ni la más profunda pieza musical, pues ya no veía otro destino más que la amargura y la monotonía. Como si quisiera pintar su vida de un gris muy profundo;  aunque  realmente pienso que las personas que se muestran ante el mundo como si fueran hechas de bronce, son las que más necesitan ser empapadas de amor.

El tiempo de la melancolía se extiende  mucho y yo miro en el espejo un reflejo terrible,  unos ojos hermosos pero tristes, empapados por ese amor reprimido que me duele tanto, convirtiendo mi  cuerpo en una máquina.  Olvidaba eso tan poderoso que todo ser humano posee: los recuerdos.

Me dirijo al escritorio del estudio y encuentro aquellas notas que solía hacer cuando iba al campo con mi padre. Encontré una frase que él había dicho años atrás: “no sueñes sobre tus sueños, camina sobre ellos, debes abstraerlos y sólo así lograrás reflejarlos”. Esa frase ahora tiene sentido, no podía revivir a mi padre, no podía correr hacia él y tomarle la mano, el pasado sólo existe porque nuestros recuerdos nos permiten revivirlo. Entonces decidí que debía actuar y dejar que la vida fluyera, pero en otra dirección.

Debía revivir sus historias, mostrarle a aquellos seres que me quedaban lo importantes que eran para mí, pintarle la vida de sentimientos a mi madre, dibujarles una sonrisa a mis hermanos, una que permaneciera hasta que ellos estuvieran pisando esta tierra; y si algún día encontraba una familia les enseñaría el lado azul de la vida. Mientras ya no vería la lluvia como si el cielo llorara, la vería como una tarde que se puede disfrutar bajo el calor de la casa, abrazada por el aroma a tierra mojada y pensando si ¿son los sueños los que nos hacen vivir o es la vida la que nos permite soñar?

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