Cuento en construcción
Este inicio fue propuesto por Remo, uno de nuestros usuarios, a partir de este ejercicio en el cual la idea es poner a Enrique, nuestro personaje, en una situación incómoda (recuerda las características principales de Enrique). Continúa la historia.
Una situación azarosa remitió a Enrique a transitar por una calle casi desierta de un pequeño pueblo que visitaba por primera vez. Agobiado por el calor extremo y con la prisa propia de quien se dispone a realizar una importante diligencia, fue sorprendido por una anciana de rudo aspecto que, saliendo de su casa, ofrecía a Enrique té y galletitas. “¡Té y galletitas!” se acercó con una charola vacía… “Té y galletitas”.
Ajeno a las costumbres del pueblo y no sabiendo bien qué hacer, Enrique accedió casi por inercia a tan inusual ofrecimiento, del hambre indescriptible que tenía. La mujer, conocida en el pueblo como doña Leonor, acostumbrada a recibir una completa indiferencia como respuesta, se sorprendió por la reacción de Enrique, quien ya se encontraba en la mesa ávido de degustar el prometido té y sobre todo las galletitas.
3 respuestas
Enrique pensaba que faltaba algo en su vida. Y era ese verdadero amor. Aunque en varias ocasiones intentaba entablar un relación seria y siempre fracasaba siempre estaba a la defensiva de lo que podía suceder en el futuro. Aunque su infancia no fue la mejor, trataba de superar todas estas situaciones del pasado que aun atormentaba su presente.
Estaba en un dilema ya que conoció en una tienda de arte a la que creía sería finalmente el amor de su vida. Aunque no conocía mucho de arte, hizo lo posible por actualizarse en estos temas y deslumbrar a la chica. Aunque no solo Gloria le gustaba. No estaba tan a gusto, ya que era demasiado inseguro. Enrique no dejaba de pensar en aquella mujer y al siguiente día regreso a la tienda de arte con la disculpa de averiguar sobre un cuadro de Las meninas de Diego Velázquez de Silva. Ella impactada le pregunta y porque justamente ese cuadro. Tengo la intención de colocarlo al lado de la chimenea, me encanta su contenido y la forma del mismo. Fuera eso la técnica. Quería darle a conocer a la chica que el sabia de arte. Ella responde ese cuadro lo tengo en casa. Yo lo compré hace días. ¡Ah! que lastima pero quedó en buenas manos responde Enrique. Lucía que era el nombre de la chica le dice: Pero si algún día quieres puedes ir a mi casa para que lo veas.
Esta era la oportunidad de él acercarse a la chica. Sus intenciones eran de conocerla y posiblemente entablar un relación sentimental. Programaron la cita. Enrique se dirigía a casa de Lucía cuando por la misma calle se encuentra con Gloria y está le dice: ¿Qué haces por estos lados?
Él titubeando le responde: Voy a visitar a un amigo que vive por estos lados. A Gloria le pareció que él mentía, pues esquivaba la mirada, Y le dijo: – Si quieres te acompaño. Responde Enrique: – No tranquila solo tardo un momento. ¿Sabes una cosa? Te llamo luego para que tomemos un café.
Gloria preocupada por el nerviosismo de Enrique acepta y se despide. Cada uno continua su camino por calles diferentes.
Finalmente Enrique llega a casa de Lucía, esta lo recibe con agrado.
Lo invita a seguir, se sienta en la sala y allí observa a su alrededor los objetos que rodean el lugar. Piensa en que hablarle. Pero ella dice espérame un momento que quieren conocerte: Él un poco tímido espera con curiosidad.
¿Pero pregunta quien me quiere conocer?, ¿Acaso vives con alguien más? .
Sí yo vivo con mi hermana y ha sido ella quien me ha convencido de invitarte, sabes? Yo le hablé de tí y de lo que me agradas. Él impactado responde: ¿Quedaste impactada conmigo?, Ella responde: Sí, así es y pienso puedo darme una oportunidad de conocer a alguien y quien quita que pueda nacer algo bonito. Él contento ante esta sorpresa le responde:
– Eso era lo que yo buscaba en tí, tener la oportunidad conocer a una chica. Pues estoy tan solo, soy una persona sincera, comprometida con mi trabajo, en la actualidad estoy solo. No tengo quien me quiera, la soledad me desespera.
Ella un poco ansiosa le dice: Tranquilo Enrique, todo con calma, esperame, no tardo.
Cuando Enrique estaba observando el cuadro de las Meninas, a sus espaldas estaba la chica, hermana de Lucía.
Asombrada el dice: Y tú ue haces aquí?
Atónito responde: No, no, aquí visitando a una amiga.
Amiga, ella es mi hermana, porque me haces esto. Yo estoy ilusionada contigo. Porque me pagas así. El sin saber que hacer huye del lugar y quedan las dos hermanas llorando por aquella situación donde el destino les jugó una mala pasada.
Enrique pensaba que faltaba algo en su vida. Y era ese verdadero amor. Aunque en varias ocasiones intentaba entablar un relación seria y siempre fracasaba siempre estaba a la defensiva de lo que podía suceder en el futuro. Aunque su infancia no fue la mejor, trataba de superar todas estas situaciones del pasado que aun atormentaba su presente.
Estaba en un dilema ya que conoció en una tienda de arte a la que creía sería finalmente el amor de su vida. Aunque no conocía mucho de arte, hizo lo posible por actualizarse en estos temas y deslumbrar a la chica. Aunque no solo Gloria le gustaba. No estaba tan a gusto, ya que era demasiado inseguro. Enrique no dejaba de pensar en aquella mujer y al siguiente día regreso a la tienda de arte con la disculpa de averiguar sobre un cuadro de Las meninas de Diego Velázquez de Silva. Ella impactada le pregunta y porque justamente ese cuadro. Tengo la intención de colocarlo al lado de la chimenea, me encanta su contenido y la forma del mismo. Fuera eso la técnica. Quería darle a conocer a la chica que el sabia de arte.
Ella responde ese cuadro lo tengo en casa. Yo lo compré hace días. ¡Ah! que lastima pero quedó en buenas manos responde Enrique. Lucía que era el nombre de la chica le dice: Pero si algún día quieres, puedes ir a mi casa para que lo veas.
Esta era la oportunidad de él acercarse a la chica. Sus intenciones eran de conocerla y posiblemente entablar un relación sentimental. Programaron la cita. Enrique se dirigía a casa de Lucía cuando por la misma calle se encuentra con Gloria y está le dice: ¿Qué haces por estos lados?
Él titubeando le responde: Voy a visitar a un amigo que vive por estos lados. A Gloria le pareció que él mentía, pues esquivaba la mirada, Y le dijo: – Si quieres te acompaño. Responde Enrique: – No tranquila solo tardo un momento. ¿Sabes una cosa? Te llamo luego para que tomemos un café.
Gloria preocupada por el nerviosismo de Enrique acepta y se despide. Cada uno continua su camino por calles diferentes.
Finalmente Enrique llega a casa de Lucía, esta lo recibe con agrado.
Lo invita a seguir, se sienta en la sala y allí observa a su alrededor los objetos que rodean el lugar. Piensa en que hablarle. Pero ella dice espérame un momento que quieren conocerte: Él un poco tímido espera con curiosidad.
¿Pero pregunta quien me quiere conocer?, ¿Acaso vives con alguien más? .
Sí yo vivo con mi hermana y ha sido ella quien me ha convencido de invitarte, sabes? Yo le hablé de tí y de lo que me agradas. Él impactado responde: ¿Quedaste impactada conmigo?, Ella responde: Sí, así es y pienso puedo darme una oportunidad de conocer a alguien y quien quita que pueda nacer algo bonito. Él contento ante esta sorpresa le responde:
– Eso era lo que yo buscaba en tí, tener la oportunidad conocer a una chica. Pues estoy tan solo, soy una persona sincera, comprometida con mi trabajo, en la actualidad estoy solo. No tengo quien me quiera, la soledad me desespera.
Ella un poco ansiosa le dice: Tranquilo Enrique, todo con calma, esperame, no tardo.
Cuando Enrique estaba observando el cuadro de las Meninas, a sus espaldas estaba la chica, hermana de Lucía.
¡Gloria!
Ella asombrada le dice: ¿Y tú ue haces aquí?
Atónito responde: No, no, aquí visitando a una amiga.
Amiga, ella es mi hermana, porque me haces esto. Yo estoy ilusionada contigo. Porque me pagas así. El sin saber que hacer huye del lugar y quedan las dos hermanas llorando por aquella situación donde el destino les jugó una mala pasada.
ávido de degustar el prometido té y sobre todo las galletitas.
Doña Leonor, decidida a no desperdiciar la oportunidad de compartir su mesa con alguien, después de tantos años de soledad, buscó entre sus latas medio oxidadas algo que ofrecer a tan gentil caballero. Mientras estaba entretenida en encontrar cualquier cosa adecuada para el té, descuidó el resfrío que la aquejaba ya desde hacía unos días y dejó que fluyera de su nariz un interminable hilo amarillento que se desplazaba hacia la comisura de sus labios. Enrique la observaba. Sin titubear, Leonor se secó con la palma de la mano ese hilo pegajoso que corría por su cara. Y, con esa misma mano, tomó en un gesto impensado y continuo, sin detenerse en un papel o un trapo, dos bizcochos viejos que encontró en el fondo de un tarro.
Enrique sintió que una arcada profunda lo invadía pero, fiel a su estilo de no incomodar a nadie, la controló. Allí estaba ahora Enrique, sentado frente a un plato con dos bizcochos viejos y humedecidos por el resfrío de la vieja, frente a una taza con agua de grifo (té no había, claro) calentada en una olla grasienta y frente a una mujer que lo miraba expectante.