Este cuento fue escrito por Fermin Angel Baraza y lo único que le hace falta es un título. Te invitamos a que le inventes uno. Participa en la zona de comentarios de esta entrada.
Las perlas eran su vida, y la de toda su comunidad. Desde décadas atrás todo su pueblo se dedicaba a la recolección de perlas, a lo largo y ancho del arrecife de coral que bordea la isla a pocos metros de la costa. El Pacífico siempre fue generoso con ellos, solo tenían que bucear a escasas profundidades para encontrar las ostras madres que en su regazo celosamente cuidaban la criatura valiosa. Poca defensa podía plantear el molusco ante el cuchillo afilado del buceador que con facilidad lo arrancaba de su entorno para llevarlo en su bolsa a la superficie y convertirlo en ganancias para la familia.
Como todo chico de la comarca, Malú, con sus 15 años de edad y un físico curtido por el sol, iba aprendiendo de sus mayores la técnica del buceo. Primero, en la orilla de aquel mar transparente, jugaba con sus amigos a sumergir la cabeza y encontrar pequeños animales entre la arena del fondo, ni sabía entonces que con ese divertimento estaba haciendo la práctica de lo que en un futuro no muy lejano le daría el sustento para él y los que lo rodearan. Luego acompañaba a los mayores en excursiones de caza practicando el remo en sus endebles canoas, era algo natural para los hijos de esta tribu de filipinos el dominar el arte de la navegación sin motor ni velas, solamente en sus brazos confiaban. Zambullirse a poca profundidad y aguantar todo lo que el aire en los pulmones permitiera, le iba dando coraje y destreza para su destino de hombre.
El contacto con el hombre blanco del continente, indispensable contacto para la supervivencia del grupo, les permitía a través del intercambio de perlas por provisiones y útiles, tomar contacto someramente con la civilización de mas allá y sus adelantos. Así fue que comenzaron a utilizar las patas de rana para impulsarse más fuerte y rápido a través de las cristalinas aguas que los rodeaban, y mas adelante probaron el Snorker, que les permitiría aguantar más tiempo debajo del agua para extender sus jornadas de trabajo. Lo que ignoraban los nativos habitantes de este archipiélago era que desde ese mundo civilizado de lejanas tierras se iba gestando cada vez más rápido y frenético el adelanto, la revolución industrial despiadada, el consumismo voraz, la polución, la contaminación, el cambio climático y por ende la destrucción del hábitat, de ellos y de aquellos.
El bautismo de los 18 años en los varones de la comarca, consistía en extraer su primera perla en presencia de los mayores de la familia y regalársela a su hermana mayor, la cual debería conservarla hasta su casamiento par entregársela en custodia a su futuro marido y se constituía así en todo un símbolo de salud y prosperidad para la incipiente familia; si no presentaba la perla no había casamiento, así que las mujeres colaboraban con el bautizo de sus hermanos porque en ello les iba su futura felicidad.
Malú estaba un `poco ansioso cuando le tocó experimentar aquel ritual. Confiaba en su físico, en su pericia, en sus compañeros, pero…cada vez costaba mas trabajo hallar las preciadas conchas que otrora se enraizaban en nutridas colonias, hoy solo se encontraban aisladamente y cada vez mas lejos de la costa. Juntó todo el oxígeno posible de entrar en una caja torácica bien desarrollada y se mandó al agua en una cálida tarde de verano.
Buscaba afanosamente entre los corales mientras la sensación de opresión del pecho no venía; luego iba subiendo lentamente por las laderas del arrecife, buscando y también regulando el aire que le quedaba, hasta que el instinto de supervivencia le daba la alarma, entonces salía como flecha hacia la superficie, en carrera contra las burbujas que él mismo exhalaba. Mala liga en el primer intento. Con el aliento de sus congéneres, y sobre todo sus hermanas desde las canoas que rodeaban al acuaman, Malú toma aire nuevamente y zambulle otra vez, para volver mas tarde con las manos vacías de nuevo. En otros dos intentos el resultado fue el mismo, nada.
“La ceremonia tiene que concluir antes que se ponga el sol”, sentenció el más viejo de la tribu, erguido en la proa de su piragua. Debemos cambiar de lugar para ir al agujero azul. Terreno temido por los lugareños si lo había, era el dichoso agujero. Debido a su inconmensurable profundidad, el color del agua se tornaba de un celeste verdoso en los alrededores, a un azul intenso, amenazante, intrigante en toda la superficie del pozo.
Un agujero azul dentro de un mar verdoso decían los habitantes del lugar. La luminosidad que se colaba por la boca de aquel pozo de unos veinte metros de diámetro se perdía rápidamente a escasos metros de la superficie para dar lugar a una azulinidad negra y oscura, que todos los isleños temían. Historias contadas por arriesgados buceadores, los pocos que habían regresado, hablaban de ostras del tamaño de una tortuga, corales altos como palmeras, peces que destellaban una luz encandilante, sonidos dulces como canción de cuna. Solo había que animarse a visitar aquel mágico mundo, y no todos estaban dispuestos.
Coraje no le faltaba a Malú, menos aún osadía y temeridad. Sabía que era su momento, su hora, así que besó en la frente a su hermana mayor, guardó todo el aire que le rodeaba y se lanzó, cuchillo en mano, a la enorme boca azul oscura. Mientras hurgaba en las paredes de coral buscando su tesoro, miraba cada tanto hacia la superficie para no perder la referencia de la claridad.” El diámetro de aquella abertura en el mar, se achica drásticamente a medida que te hundes mas y mas”, había escuchado de otros buceadores.
Desde abajo la vista no era la misma que desde arriba. Por fin vio lo que había venido a buscar: una enorme ostra del tamaño de un coco que tendría en su ceno una perla mas grande que el ojo de una vaca. Nadó apresuradamente entre los corales para llegar hasta ella, su alarma aún no le avisaba nada, el círculo de luz solar se hacía cada vez más chiquito, la profundidad azul lo tragaba suavemente. La presión en el pecho llegó justo cuando arrancaba de su tierra a la ostra tan ansiada, giró en busca de la claridad pero ya no estaba. Todo era igual de azul y de monótono, no había arriba ni abajo, ni silencio ni sonido, todo dejaba de tener sentido para el joven buceador que en su prueba de fuego lograba conseguir el trofeo a costa de su vida.
Arriba todo era incógnita y desazón. Un viento huracanado, común en el Pacífico, cambió sol por nubarrones de lluvia y tragedia. Respondiendo al llamado de la vida, todas las embarcaciones pusieron rumbo de la aldea para protegerse de los huracanes del verano. Sabían que dentro del pozo quedaba uno de los suyos, pero tenían que salvar mujeres y niños primero. Luego sería el tiempo de llorar al guerrero caído en su ley.
Cuando la tormenta tropical pasó, solo se veía destrozos y muerte. Hacia el griterío de los niños que salían nuevamente a jugar a la orilla de su mundo, corrió la hermana mayor de Malú, para encontrar boca abajo y sin vida a su querido hermano. La tempestad devolvió a su familia al hijo de 18 años recién cumplidos, en su mano derecha, apretada como un tesoro estaba la perla. Habría casamiento.
2 respuestas
La perla de la muerte y la eternidad
Una muerte convencional