Un intruso en La Encañizada

Este cuento fue escrito por Isabel María Moya y el título propuesto por Fermín Ángel Beraza. ¿Cómo te pareció el resultado?

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La Encañizada no es ningún punto de interés turístico ni una hazaña arquitectónica. No tiene apenas contenido histórico. No se visita y ni siquiera es bonito para que desate el flash de algún turista.

Aún así siempre me paro a mirarla. Imagino cómo sería cincuenta años atrás esa casa en mitad del agua y me pregunto si vería a mi abuelo a lo lejos, liado con sus redes, absorto en la pesca.

Me suelo apoyar en la pared de la torre eléctrica a impregnarme del paisaje y oír lo que dicen los curiosos de fuera, los deportistas con perros, los abuelos que se van de caminata, las parejas viejas que andan en silencio de la mano y las nuevas que ríen mientras publican en redes sociales su amor, incluyendo ubicación y fotografía del lugar.

Algunos paran a leer el cartel que explica el método de pesca de la época, hacen un par de comentarios al respecto y siguen su ruta.

Otros se detienen para respirar, darle un bocado a la manzana que llevan en el bolsillo y mirar lo que tienen enfrente.

Hubo esta mañana incluso un par que pasó en bicicleta preguntando en voz alta qué era aquello que había en medio del agua. Aseguraría por el acento que eran de aquí, pero no tenían ni la menor idea. Venían de un pueblo de pescadores y aun habiendo cuatro frases colgando de un tablero para saciar su falsa curiosidad, no fueron capaces de parar a leer, a interesarse.

No con demasiada frecuencia, pero a veces, hay alguien que encuentra bonita esa sencillez azul y salada, y saca de la mochila la cámara para plasmar su impresión de la vista. Aún menos corriente es que lo que saquen sea un block de dibujo y un lápiz, pero puedo afirmar con orgullo que he presenciado ese extraño suceso.

Sin embargo, la inmensa mayoría pasa de largo sin observar, obcecada por recorrer sus kilómetros diarios, llegar a la meta y volver a casa con la satisfacción de un objetivo conseguido.

Yo solo me siento a quitarme los zapatos y la chaqueta, a dejar que el sol me acaricie y hacer conjeturas acerca de la gente que pasa, basándome en lo que escucho salir de sus bocas y en lo que veo de ellos. Imagino de dónde vienen y a dónde van, o a dónde quieren ir, con quien, cómo y cuándo.

Y luego estás tú. Que ni sé, ni consigo inventar qué has venido a hacer aquí.

No sé si me intentarás conocer y quizás nos limitemos a intercambiar un par de comentarios. O si me mirarás, me darás un mordisco, y seguirás andando. Puede que tal vez me tengas a tiro, pero que tu curiosidad no sea real y ni te molestes en saciarla. O a lo mejor te parezco agradable a la vista y solo quieres una instantánea de este momento. No sé si me consideras un objetivo que alcanzar… o si simplemente quieres quitarme la chaqueta y los zapatos, acariciarme y sentarte conmigo a hacer conjeturas sobre la gente que pasa.

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