Sueños frustrados

Cuento final

Foto de Mad House Photography

Antes del asalto, Freddy y sus amigos preparaban sus armas en el carro y escuchaban un rap del legendario Tupac Shakur. Freddy sacó un cigarrillo y lo encendió aspirando el astioso humo con aires de importancia. Su indeferencia hacia la vida lo llevaba a cometer las más grandes tonterías, como la primera vez que fue a prisión.

Miró a su alrededor pensando cómo sería mejor organizarse. Pensó en hacer un cambio de última hora, no confiaba en Harry, era torpe. Sería mejor que esperara afuera, pero no sabía cómo decírselo.  “Harry, creo que es mejor que esperes fuera, tú conduces más rápido” dijo Freddy. Todos se mostraron disgustados tras ese cambio.

La noche estaba fría y en el interior del vehículo la impaciencia se iba apoderando de cada uno de sus ocupantes. Por un instante, Freddy miró su reflejo por el retrovisor. Era tarde para sentir culpa… decidió seguir. Una vez a las afueras de la tienda que robarían, Freddy dió una última bocanada de humo a su cigarrillo, el cual le supo a sangre. En el callejón los gatos se peleaban. Harry sudaba, sentado en el vehículo. Su reloj anunciaba la media noche y la luz de un auto que se acercaba alertó todos sus sentidos.

Además, la lucha de felinos en el callejón provocaba un ruido ensordecedor que inquietaba a Freddy. Los chillidos le recordaron las tardes lluviosas de su infancia y también el olor a tierra mojada, a perfumes baratos. Esas reminiscencias sólo sirvieron para motivar a Freddy aún más. ¡No más perfumes baratos! Tras su seña él y sus secuaces irrumpieron en el establecimiento con sus revólveres y escopetas.

Harry esperaba afuera, de lejos pensó ver dos policías. Con la mano temblorosa se limpió el sudor de la frente, enfocó la mirada y se dio cuenta de que era una pareja. Jugaban y reían mientras se acariciaban, esto le devolvió la confianza y metiendo las manos en su chamarra de piel sacó una pequeña pistola que olía a sangre seca y sueños rotos, una lágrima se asomó por sus ojos.

Dentro del establecimiento Freddy y uno de sus compañeros vaciaban la registradora, mientras el otro le apuntaba al cajero. Después empezaron a romper las vitrinas, en ellas encontaraban sus ilusiones criztalisadas. Por ese instante el mundo era de ellos. De repente una sirena se escuchó a lo lejos y Harry escapó de la escena enseguida, abandonando a Freddy y a los demás. “Maldito traidor”, dijo Oliver, uno de ellos. “No se ustedes muchachos, pero yo no me voy preso, prefiero morir peleando”.

Oliver se plantó con armas en ambas manos. Se sintió poderoso, invencible. Sintió que sería un buen final. “Yo tampoco vuelvo a ese lugar, amigo” dijo Freddy, “esos cerdos no saben lo que les espera”. Los tres cargaron sus armas. Perros ladraban y gritos aterradores se escuchaban. “Los tenemos rodeados, salgan con las manos en alto” dijo por el megáfono un policía.

Oliver lanzó un grito y empezó a disparar su escopeta como loco una y otra vez. Se dio inicio a una balacera entre policías y ladrones. En la ráfaga, los recuerdos del pasado se entremezclaban con las confusas imágenes del momento, los gritos de Freddy se volvieron cada vez más débiles, casi inaudibles. Un lago rojo empezó a formarse debajo de sus pies, anunciando el final. El cuerpo de Oliver yacía inerte en el suelo. Freddy percibía que desde el agujero de una bala el alma se le escapaba. Mientras las rimas de Tupac seguían sonando en su cabeza, sabía que este era su fin.

Le pareció ver, como en una película, las imágenes de su vida, una tras otra. Afuera, los disparos seguían. Esa sería la última noche que se oiría de Freddy y sus amigos. Harry contaba a todos los del barrio del valor que tuvieron los muchachos para intentar salir del dolor y la miseria, y sin ver atrás, suspiró y dio gracias a Dios por aun seguir con vida.

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