Te invitamos a continuar o a terminar esta narración que ha sido escrita hasta el momento entre Héctor Cote y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. El título que hay en el momento es provisional y se lo inventaremos una vez sepamos el final de la historia. ¡Participa e invita a tu red! Puedes hacer tu aporte en la zona de comentarios de esta entrada, después de inscribirte en nuestro portal.
Estaba ya aburrido de todos ellos, había decidido renunciar hasta no encontrar la originalidad. Las docenas de papeles que arrugados cubrían el piso de aquella fría habitación, contenían los trillados romances, los personajes repetitivos y los diálogos forzados. No quería tener que describir a otro anciano sabio, a otro joven valiente, imprudente e inexperto ni a otra mujer despampanante pero aguerrida, ni a otra bella pero tímida lectora que descubre su potencial en el proceso de la aventura.
Los personajes ya están hechos, las tramas ya están escritas, y todo lo que hago es contar una y mil veces las mismas historias con colores distintos. Rompí mi pluma, arrugué el último papel donde describía a un niño valiente y curioso que estaba a punto de conocer a su maestro, como lo había hecho mil veces antes en mil historias diferentes.
La reencarnación es un concepto mal entendido. La vida después de la muerte en un círculo interminable que existe sólo en el papel, donde los romances se repiten hasta el hartazgo. Las virtudes se repiten tanto que se convierten en libros sagrados y hasta las perversiones reaparecen en un eterno retorno de lo conocido. Los personajes acartonados y estereotipados, tan profundamente mezclados con la psique social, que cuando reaparecen ya los saludamos con naturalidad. Acostumbrados a sus heroicos actos hemos perdido el asombro.
Nunca aparece la mamá que cocina para su hijo a las 4 de la mañana sólo por su capricho de levantarse en la madrugada, ni los burócratas y sus huestes. Nunca el panadero que no vive una gran aventura y que tiene una esposa que vende minutos. Esos personajes no pueblan mi piso, los personajes de verdad habitan en la absurda realidad y los de ficción en la ilusa fantasía. Qué le queda al desencanto.
Le queda ella, la cuentera, la mujer que escondida tras una pantalla mueve con gracia sus dedos para narrar historias. Ella vive en ambos mundos. Es como el centauro que cabalga sobre la tierra pero dispara su flecha al infinito. Ella es todo lo que queda. Pero a alguien así no tengo idea de cómo hablarle.
Será que tenía razón el personaje de Wilde, Lord Henry, al decir que los únicos artistas que había conocido que tuvieran una personalidad exquisita eran malos artistas, porque los buenos artistas existen simplemente en función de su producción, y por lo tanto resultan completamente faltos de interés en sí mismos. Siempre había sido una aseveración que se había tomado muy a pecho, pero en este caso, Wilde parecía no estar del todo equivocado…